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¿Por qué creemos lo que creemos? Una mirada desde la psicología

Ps. Milton Galdames Toledo

Vivimos tiempos en los que muchas personas defienden sus creencias con fuerza, mientras otras reaccionan con igual intensidad en sentido contrario. Basta con que un tema sensible aparezca en la conversación para que se formen bandos: los que están “a favor” y los que están “en contra”. Pero, ¿alguna vez te has detenido a preguntarte por qué crees lo que crees?

Desde la psicología, sabemos que nuestras creencias no siempre están basadas en un análisis racional u objetivo. Muchas veces están construidas sobre experiencias pasadas, emociones intensas, figuras de autoridad que respetamos, o incluso traumas no resueltos.

Hay quienes creen en algo porque lo dijo alguien en quien confían profundamente. Otros, por el contrario, lo rechazan por completo porque la forma en que se les presentó fue autoritaria, invasiva o generó miedo. En ambos casos, lo que está en juego no es solo la información, sino también la relación emocional que tenemos con ella.

Cuando nos sentimos forzados a creer o actuar de cierta manera, suele activarse una reacción de defensa. Esto puede llevarnos a rechazar todo lo relacionado con ese estímulo, aunque contenga aspectos valiosos. Por el contrario, cuando una idea conecta con una emoción que nos da seguridad, pertenencia o sentido, tendemos a abrazarla sin cuestionarla demasiado.

Este fenómeno no es exclusivo de un tema en particular. Ocurre en la política, la religión, la salud, la alimentación, la educación y muchos otros ámbitos.

Lo interesante es que, en estos procesos, el diálogo suele desaparecer. Se instala el juicio, la descalificación, el miedo a quedar como “ignorante” o “manipulado”. Pero detrás de cada creencia hay una historia. Nadie cree lo que cree “porque sí”.

Como terapeuta, mi invitación no es a adoptar una postura específica. Es a cuestionarte amorosamente:

¿Por qué creo esto?

¿Desde cuándo lo creo?

¿Qué emociones me despierta el que otros piensen distinto?

¿Estoy defendiendo una idea o una herida?

Volver a estas preguntas puede ser incómodo, pero también liberador. Porque cuando comprendemos el origen emocional de nuestras certezas, podemos dialogar desde otro lugar: menos desde el miedo y más desde la conciencia.

Al final, no se trata de “tener razón”. Se trata de crecer.

Nota: Por razones de responsabilidad profesional y cumplimiento con las políticas de plataformas digitales, he optado por no incluir el enlace directo al video que inspiró esta reflexión. Si tienes interés en profundizar en este contenido desde un enfoque crítico y reflexivo, puedes escribirme directamente. Agradezco tu comprensión.

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